Con los diálogos de paz en la Habana se pensaría que el
conflicto en Colombia comienza a tener un fin; un conflicto que lastimosamente ya
no representa un escándalo para el ciudadano común. Las noticias de masacres,
tomas guerrilleras, secuestros, reclutamiento de menores, desplazados, falsos
positivos, no asombran al colombiano promedio citadino quien creció conviviendo
con estos temas en la radio, la televisión, la prensa y el internet. Se ha
naturalizado la guerra interna entre Estado, grupos guerrilleros y
paramilitares a tal punto, que el país en general olvidó el origen del
mencionado conflicto y lo banaliza en discursos politiqueros, en pensamientos
poco profundos y, algunos, en trinos sin sentido.
El pasado 26 de febrero, y en un acontecimiento
aparentemente aislado, diez mil indígenas Nassa se tomaron a la fuerza cuatro
haciendas pertenecientes al ingenio Incauca en zona rural de Corinto, al norte del
Cauca, en un plan al que denominaron “liberación de la madre tierra”. Los
aborígenes exigen que les sean devueltas las tierras que desde 1991 el gobierno
les ha prometido. Son, de acuerdo con una auditoría de la Contraloría General
de la Nación, 15.663 hectáreas que les tenían que ser reintegradas entre los
años 1992 y 1994 como reparación por la masacre de El Nilo, ocurrida en diciembre
de 1991, y hasta la fecha no han recibido ni el 50% de lo pactado. Los
enfrentamientos con la policía que trata de desalojarlos de dichos predios han
dejado a más de 50 indígenas heridos y a otros 5 por parte del Esmad (Escuadrón
Móvil Antidisturbios). La situación no es alentadora. Aún no se define una mesa
de diálogo firme y las imágenes que rondan por internet de abusos por parte de
la Fuerza Pública son aterradoras, pero ya comunes, naturales.
A éstos hechos se le sumó la honorable senadora colombiana y
miembro del partido del Centro Democrático, Paloma Valencia, quien en pleno uso
de su libertad de opinión, de su gran conocimiento, preparación académica,
cargo público, apellido y de su cuenta de twitter, publicó: “Lo de indígenas en
Cauca es una invasión violenta con ataques sobre policía”. Quisiera pensar en
primera medida que el trino es un evidente sarcasmo al cómo las entidades
gubernamentales defienden los entes privados a costa de la violación de los
derechos humanos, que tal vez es una crítica a la forma en que se mediatizan
las protestas, o que probablemente es una burla a los métodos de resolución de
conflictos del Estado; sin embargo, al indagar un poco sobre sus intenciones
con las comunidades indígenas, se encuentra lo siguiente: "Decreto sobre
territorios indígenas es excluyente con otras comunidades": Paloma
Valencia. Del 9 de octubre de 2014.
El texto bien intencionado, pero con muy poco análisis del
conflicto, habla sobre la necesidad de limitar los derechos de posesión de
tierras de los indígenas argumentando que de no hacerlo, se afectarían a otras
comunidades como la campesina. Plantea algunas debilidades de los beneficios
actuales frente a otros grupos como los afrocolombianos y termina su texto haciendo
ciertos cuestionamientos sobre el manejo de la salud, el agua y la educación de
estas poblaciones aborígenes y finalmente esta pregunta “¿Qué sucederá con los
municipios, entidades privadas, el accionar de la Fuerza Armada sobre esos
territorios?”.
No pretendo negar la necesidad de los entes privados y el
rol que juegan en la economía nacional, tampoco por supuesto, minimizar la
importancia de la presencia de la Fuerza Pública en todo el territorio
colombiano y mucho menos, meterme en debates sobre lineamientos políticos,
normas de salubridad y educación que, por el momento, dejaré para otra oportunidad;
lo que sí es de resaltar de todo esto, es lo nada y poco profunda, por no decir
mediocre, que resultan siempre las aseveraciones de la senadora.
Le atribuyo su impertinencia a la falta de información. Es
probable que no conozca al país que ayuda a gobernar, tal vez, a la honorable le
faltó ver en su preparada vida de filósofa, política y abogada, un poco de
historia de ese desconocido territorio llamado Colombia, el mismo del que se
menciona era una tierra de Chibchas, Caribe y Arawak. A donde en 1492 llegaron unos
españoles y con espejos empezaron a despojarlos de su oro, pronto de sus
tierras, de su cultura, los volvieron esclavos y terminaron por quitarles lo
único que les quedaba, su dignidad. Que después de llegada la independencia y
de la partida de los también honorables europeos, se recuperó la tierra y luego
de varios años de disputas políticas, el país se reorganizaba, se construía en
una democracia donde todos tenían derechos y aparentemente se disfrutaba del
grito de independencia.
Años más tarde, se creó otra pelea de acciones estúpidas, la
de godos y liberales, la de las balas y la muerte; en ese momento los grandes
mandatarios, consientes o no, permitieron que los monopolios económicos empezaran
a tomar el control sobre las tierras, y con el consentimiento del poder
político y militar, cientos de colombianos fueron despojados de lo que les
pertenecía. De sus casas, de sus cultivos, de sus vidas. En ese tiempo, al
igual que ahora, quien protestaba era silenciado con metralla por quienes bien
lo diría Jaime Garzón “Los asesinos legítimos del Estado”. Los ríos de sangre
se desbordaron por los campos. Ahora los enemigos eran criollos. En la completa
soledad y con ideales de izquierda y derecha sonando por todos lados, se
tomaron decisiones que Colombia aún lamenta. Varios movimientos guerrilleros
nacieron ahí, con el pensamiento de que armándose era la única forma de hacer
una genuina revolución y lograr nuevamente la libertad del pueblo, recuperar lo
que era de ellos. Tres de los más representativos grupos, las FARC, el ELN y el
EPL, oficializan su formación en los años 60, durante el gobierno de Guillermo
León Valencia, abuelo de la senadora, Paloma Valencia.
Hoy, discriminar a unos indígenas por reclamar una tierra
que moral y legalmente les pertenece, me parece que es una forma descarada y
cínica de abofetear nuestro pasado. De escupir las historia de Colombia, de
generar más odios y eternizar la violencia contra las minorías. Hago un llamado
a la senadora y a los que piensan como ella a que pongamos más en práctica la
tan citada frase de Descartes “Pienso, luego existo” o en el caso de la
honorable “Pienso, luego trino”. Sé de antemano que la intención de la
funcionaria no fue ofender, quizás está mal informada y por eso trina sin saber
y llama “Presidente” a un senador. Pero espero que en este caso medite. Ellos
son indígenas, ella aún es criolla.
He de recordar una antigua frase: “Vieja
manía de los tiranos, que cuando no hayan oposición de los mártires, hacen
oprobiosa la sumisión de los débiles.” Deseo que no sea necesaria una sumisión
porque los indígenas no son débiles, pero pido que por favor, como en la
masacre de El Nilo, el Estado no los convierta en mártires.